lunes, 14 de marzo de 2016

PLAN DE ATENCIÓN INTEGRAL A PERSONAS SIN HOGAR EN LA COMUNIDAD DE MADRID


Dormir y vivir en la vía pública, así como pedir y mendigar una moneda a los que pasan, son todavía hoy en día, cuando acabamos de entrar en el siglo XXI, las manifestaciones más visibles que adopta la miseria -real o pretendida-, en las calles de nuestras ciudades. Personas adultas que piden dinero o comida en la calle, a las puertas de una iglesia, de un supermercado o de unos grandes almacenes; adultos acompañados de menores que ejercen la mendicidad; hombres o mujeres que duermen al raso y viven instalados con sus míseras pertenencias, en algún banco o acera de cualquier calle, plaza o parque, son escenas cotidianas para cualquier ciudadano de Madrid. Sin lugar a dudas, el encuentro cara a cara con quien se exhibe públicamente como necesitado y empobrecido hasta el extremo, es una experiencia dura e insoportable para la mayoría de las personas, un encuentro -no por habitual menos inesperado- que introduce cierto nivel de desasosiego y malestar en sus vidas. Las reacciones que se siguen de esa incomodidad pueden ser de lo más variado y alimentar desde las acciones inspiradas por la compasión y el deseo de ayudar al otro, a las reacciones más agresivas y violentas que, en ocasiones, se saldan con la muerte del indigente, tal y como recogen las páginas de sucesos en los periódicos con machacona e inquietante reiteración. En la actualidad, a pesar de los intentos que han hecho tanto la Administración como algunas iniciativas privadas para resolver o al menos paliar el problema, la realidad sigue mostrándonos la presencia de personas cuyo escenario vital sigue siendo la calle. Por lo que se refiere explícitamente a la mendicidad, aunque las evidencias disponibles son más bien fragmentarias y poco informadas científicamente, el hecho es que existe una fuerte conciencia entre algunos sectores de la población y, desde luego, entre los políticos y responsables municipales, acerca del 5 crecimiento de la mendicidad en las grandes ciudades europeas (DEAN 1999). Sin que se hayan investigado en profundidad las razones del fenómeno, así como la naturaleza, las implicaciones y las dimensiones del mismo, la opinión pública y la administración reclaman ideas y proyectos para solucionarlo. Como forma de ayuda entre seres humanos, uno de los cuales se muestra en situación de necesidad, la práctica de la mendicidad implica que la ayuda se realiza en una situación de encuentro cara a cara interpersonal, lo cual violenta y altera el discurrir histórico de la acción social, en el que la aparición de intermediaciones institucionales, permite “evitar” tales encuentros cara a cara, delegándolos en profesionales o mediadores especializados en tales menesteres (religiosos, etc). De ahí que, desde siempre, haya existido la preocupación por distinguir entre unos mendigos y otros, clasificándolos según su estilo, su situación etc., y en definitiva, según el criterio de si serán o no dignos de recibir esa ayuda que se pide sin otras referencias que las que puedan mostrarse a modo de seña de identidad en un encuentro fugaz y transitorio. La mendicidad conlleva, por lo general, un claro estigma social. En según qué contextos grupales y de clase puede implicar la señal última de que se ha perdido la propia autoestima y el sentido de la dignidad, de manera que resultaría preferible la comisión de pequeños delitos o realizar ciertas actividades ilícitas, antes que “rebajarse a pedir”. Por el contrario, en algunas subculturas, tradicionalmente una y otra actividad han resultado habituales y compatibles, sin que implicasen desdoro o menoscabo para quien las practicaba, al menos dentro de la propia comunidad, como ha sido el caso entre los gitanos, o los habitantes de algunos pueblos en Las Hurdes, entre quienes ser un buen “pidior” te convertía en un buen partido a la hora de buscar pareja. 6 Del mismo modo suele ser habitual prestar alguna atención a las formas que se emplean para solicitar limosna, a la evolución que experimentan a lo largo del tiempo, a la extensión que alcanzan unas y otras, y al éxito mayor o menor que acarreen en cada época y circunstancia, puesto que, en definitiva, de ello dependerá en gran medida que el juicio rápido que ha de hacer el transeúnte que pasa al lado de quien pide, le haga decantarse por entregar una moneda, o no. Actualmente, la preocupación por la mendicidad, viene ligada a: • Los recortes en los sistemas de protección, o las insuficiencias de la política de vivienda, salud mental, y de empleo, así como por la modificación de los estilos de intervención social, especialmente en aquellos programas dirigidos a los más pobres. • La preocupación por articular medidas de política social eficaces con relación a la exclusión social, es perfectamente compatible en nuestra sociedad con la tolerancia frente a la desigualdad social y la pobreza de amplias capas de población. Paradójicamente, pueden coexistir la tolerancia cero frente a las exhibiciones ostentosas de miseria, en situaciones cara a cara, con la absoluta permisividad y tolerancia frente a la pobreza masiva. • En la mendicidad actual, se reflejan los procesos de globalización económica y de crecimiento de la desigualdad entre regiones, países y continentes. Como ha señalado Z. Bauman, formando parte del mismo fenómeno de base, podemos contraponer al “turista” y al “vagabundo” (los gitanos rumanos por ejemplo) como protagonistas de un mundo cada vez más global e interconectado. • La mendicidad no es sino una de las formas de actividad económica informales que permiten ir tirando a quienes han sido arrojados a los márgenes de la sociedad, de ahí que tenga importancia estudiarla en tanto que categoría peculiar dentro del amplio espectro de situaciones que 7 concurren en la economía sumergida o informal. En ese sentido, pedir implica una forma de racionalidad económica propia, aunque peculiar y llena de riesgos sin duda. • Por otra parte, mientras que en las leyes antimendicidad, se la suele criminalizar y se la hace responsable del incremento de la inseguridad, también se podría considerar, a la inversa, que pedir es una actividad muy arriesgada para los propios mendigos, que pueden ser objeto de asaltos, robos, explotación mafiosa, etc. • Desde luego, determinadas formas de limosneo pueden ser entendidas como una suerte de rebelión frente al sistema; es el caso de chicos jóvenes, hippies, punkies, new age, o de quienes entroncan con una cierta tradición anarquista de rechazo al trabajo y la explotación que éste conlleva. • Por último, aunque resulte difícil de entender a primera vista, los mismos valores de autonomía e independencia financiera a los que aspiran la mayoría de los ciudadanos, pueden estar en el origen de la conducta de algunas personas que mendigan y que, en ese sentido, encuentran en la mendicidad una “liberación” de otras situaciones más dependientes y “parasitarias”, puesto que el hecho de poder proveerse por sí mismas de lo que necesitan para subsistir las evita depender de albergues, comedores u otras instituciones de asistencia (DEAN y GALE 1999). En este informe, con los términos “pedir” y “mendigar”, nos referimos a la conducta de las personas que viven más o menos habitualmente reclamando ayuda económica y/o material a los transeúntes en un lugar público. Por su parte, “vivir en la calle” es un concepto que hace alusión a todas aquellas personas que duermen al aire libre o en lugares no apropiados para ser utilizados como alojamiento por un ser humano (cajeros, portales, etc.). 8 Por lo general, pedir y vivir / dormir en la calle son problemas que se suelen asociar al fenómeno del sinhogarismo. Sin embargo, aunque en muchos casos esta asociación es cierta, conviene precisar que el sinhogarismo es una realidad más amplia que puede incluir no sólo a los que duermen en la calle, sino a otras muchas personas que lo hacen en la red de alojamientos para PSH, en pensiones, en infraviviendas, etc. Como expone FEANTSA (Federación Europea de Asociaciones que Trabajan a favor de los Sin Hogar), el término Personas Sin Hogar “incluye aquellos que no pueden acceder a conservar un alojamiento adecuado, adaptado a su situación personal, permanente, y que proporcione un marco estable de convivencia, ya sea por razones económicas u otras barreras sociales, o bien porque presentan dificultades personales para llevar una vida autónoma” (Cabrera, 2000:24). Por otro lado, si bien es cierto que muchas Personas Sin Hogar (PSH), y, por lo tanto, sin recursos económicos, piden para subsistir, no todas las PSH piden en la calle. Esta cuestión ha sido frecuentemente señalada por las organizaciones que trabajan con PSH. Pues, según ellos, en muchas ocasiones, se corre el riesgo de considerar a todas las PSH a partir de la conducta de una parte de la población, probablemente minoritaria, etiquetándoles a todos con el calificativo degradante y estigmatizador de “mendigos”. De hecho, en el imaginario popular, se entremezclan junto a la mendicidad, otras situaciones y actividades que poco tienen que ver con ella salvo el hecho de darse cita en el espacio abierto y público que es la calle: vivir sin techo y dormir sobre unos cartones; ejercer la prostitución y solicitar a los peatones como clientes; vender revistas de calle como La Farola o También Contamos; instalar una manta con CDs pirateados; o hacer de estatua pintado de purpurina, son algunas de las posibilidades con las que cualquier transeúnte puede toparse mientras camina por Madrid. Evidentemente, los puntos de conexión que pueden existir entre quienes se ven envueltos en ellas no pueden ignorarse, pero tampoco sería bueno confundirlas y entremezclarlas entre sí en una especie de totum revolutum que 9 nada resuelve y nada aporta, a no ser un incremento del rechazo y la intolerancia hacia quienes ocupan posiciones y lugares marginales en nuestra sociedad. Del simple hecho de entremezclar las cuatro posibilidades básicas que se dan cita en la calle como formas de vida marginales que permiten “ir tirando” a quienes las practican: (a) pedir limosna, (b) vender pequeños productos, (c) ofrecer servicios al paso, o (d) dormir literalmente sin techo, nos surgirían hasta 13 posibilidades diferentes según se den solas o combinadas entre sí (ver Gráfico sig.), cada una de las cuales significa para quienes las practican, tener que asumir connotaciones sociales, económicas, relacionales y simbólicas muy diferentes unas de otras. Teniendo en cuenta los medios disponibles, el escaso tiempo con que hemos debido preparar este informe, y el tipo de instituciones, agencias y centros sociales que fueron convocados a participar en el proyecto, nos vamos a ocupar básicamente de las dos primeras posibilidades, (1) dormir sin techo, y (2) pedir limosna -o lo que es lo mismo, aquellas que representan la exhibición de miseria más explicita de cuantas nos podemos encontrar en la vía pública-, así como de las interrelaciones que podamos detectar entre ambas. Ofertan servicios Venden productos Duermen sin techo Piden Limosna 10 Incluiremos la venta de productos, cuando por su insignificancia (pañuelos) o su expresa vinculación con personas en situación de exclusión (venta de prensa de calle), resulten de hecho asimilables en la conciencia ciudadana a la mendicidad; esto significa no tomar en cuenta, por ejemplo, la venta de fruta, el llamado “top manta”, etc. Del mismo modo, la oferta de servicios, no tendrá sentido incluirla cuando se acompañe de ciertos niveles de calidad, como por ejemplo, los teatros de marionetas ambulantes, los echadores de cartas, la lectura del tarot, etc; en cambio sí que podríamos considerar como formas más o menos similares a la mendicidad, el tocar la flauta mientras se pide con un cuenco, hacer de estatua, echar la buenaventura al paso, etc. En definitiva, nuestro foco de interés se centra en estudiar las circunstancias por las que transcurre la vida de las personas que viven literalmente sintecho, y sus conexiones más o menos próximas con quienes ejercen la mendicidad en las calles de Madrid. El objetivo que nos hemos propuesto cubrir con este informe, consiste en tratar de averiguar, cuántos y quiénes son, de dónde vienen y por qué han llegado a verse así, cuál es la atención que se les presta actualmente y, finalmente, poder lanzarnos a proponer algunas medidas de actuación para el futuro que gocen del respaldo y el consenso de las principales agencias e instituciones implicadas.


BUBÚ

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